Tenía turno con el oftalmólogo porque hace meses que siento que no veo del ojo derecho. Entro al consultorio, le doy mi carnet de la obra social a la recepcionista. "Tomá asiento", me dice, y le hago caso (acto fallido, escribí "queso" en vez de "caso", ¿qué significa?). No llego ni a agarrar una revista de esas que me encantan que me llama el oftalmólogo, obviamente pronunciando mal mi nombre a pesar de que no era la primera vez que iba.
- ¿Qué te trae por acá? - me dice, dedicándome una sonrisa
Consideremos que yo estaba de mal humor, porque no puedo ir al oftalmólogo con las lentes de contacto puestas, así que desde que me levanté hasta que llegué había tenido que estar con los anteojos, con los cuales no veo absolutamente nada y, dicho sea de paso, me quedan bastante horribles.
- No veo nada del ojo derecho. Nada. - mi tono no era tan amigable como el suyo, estaba de mal humor, repito.
Luego de examinarme los ojos de tres maneras distintas concluye en que no había habido ningún cambio en mi visión con respecto a la consulta de hacía escasos meses atrás.
- Pero yo estoy segura de que del ojo derecho no veo, veo borroso.
- La única alternativa que le encuentro a tu problema es que no te hayas adaptado bien a tus lentes de contacto.
¡Por favor! ¡Hace tres años que las uso! ¿De qué mala adaptación me estás hablando? Lo único que me falta ahora es tener que dejar de usar lentes de contacto.
- Está bien, consultaré a mi contactólogo entonces, gracias. (Sí, sí, tengo contactólogo)
Salgo, le comunico las noticias a mi mamá, que no va a dejarme ir al médico sola hasta que tenga cuarenta años. Como no podía ser de otra manera me dice "vamos al contactólogo". Sí, mamá. Caminamos los cincuenta metros que me separaban del consultorio de Sergio (mi contactólogo, claro está), un simpático médico que me carga por ser miope (literalmente, cuando vio la última receta que le llevé si cagó de risa en mi cara... "Uy, nena, no ves nada!". Ya sé, gracias).
- Sergio, el oftalmólogo te echó toda la culpa de mi no-visión, fijate qué onda.
Otra vez lo mismo: Me hace leer todas las letritas, me pone lentes nuevas, me hace ver las letritas con las lentes, me pone en frente de una máquina y me mira los ojos, me pone en frente de otra máquina y me mira de nuevo, me pone gotas y me mira de nuevo.
- Chiara... - este sí sabe cómo me llamo
Lo miro con cara de incógnita, ¿qué me vas a decir, Sergio?
- Me temo que tu astigmatismo está avanzando. Vamos a hacerte lentes tóricas.
Listo, mi día estaba completo. No sólo mi médico tenía razón, sino que tengo que cambiar mis lentes porque soy tan rara que las lentes para gente común no me sirven. Era clarísimo igual, no podía haber algo normal en mi vida.
Bien, gracias Sergio. Salgo de peor humor, y encima tengo que acompañar a mi mamá a comprar un regalo de cumpleaños. Mi humor empeora a medida que los minutos en el negocio de ropa avanzan, y para colmo mi vieja, que parecía tener un buen día, me hablaba, y me hablaba, y me hablaba.
- Mamá, ¿te puedo pedir que no me hables por un rato?
Era obvio, se enojó. "No sé por qué me tratás así, lo único que hago es estar atrás tuyo, te llevo de acá para acá, tenés todo lo que tenés, estás de mal humor y no es mi culpa".
Mi mamá tiene algo raro: Cuando se enoja conmigo se ocupa de hacerme hacer cosas. Nunca en mi puta vida me pidió que lave los platos, pero cuando se enoja conmigo tengo que lavarlos, tengo que ordenar mi cuarto, ir a hacer las compras. Así que estaba preparada para lo que venía.
- Mañana quiero que vayas a buscar la batería de tu celular, porque hace meses que está ahí, se te va a vencer la garantía y no te la van a dar. Porque claro, para ir a lo de tus amigas tenés tiempo, pero para buscar la puta batería del celular no.
Ya me había cansado, ni siquiera la escuchaba. No nos hablamos por el resto del día, todo lo que me dijo fue "poné la mesa" (ven), pero nada más que eso. Así que, en un intento de hacer las paces, decidí que hoy iba a ir a buscar la famosa batería.
Me levanté, bastante tarde por cierto, y sin siquiera bañarme salí en busca de la batería. Había empezado mal: colectivo llenísimo, calor, sueño. Llego a Motorola y me atiende una simpática señorita.
- Hola, qué tal. Mirá, te explico: el año pasado vine a arreglar este teléfono porque me andaba mal, me dijeron que la batería estaba gastada y que como el teléfono estaba en garantía me iban a dar una nueva. No tenían stock en ese momento, así que prometieron llamarme. Pero como ves, estoy acá porque nunca me llamaron, y necesito la batería porque el teléfono no me dura prendido ni dos horas.
La pobre chica se quedó un rato procesando toda la información que le había dado, lo único que quería era irme de ahí y le había dicho muchas palabras en muy poco tiempo. Cuando logró digerir la información me pidió el comprobante de garantía y lo miró.
- Disculpame, pero esto es de julio del año pasado, pasó mucho tiempo, no te podemos entregar la batería. (Mamá, tenías razón, no está en garantía, voy a odiar tu cara de "yo te lo dije" cuando llegue a casa)
- Disculpame vos (literal), pero a mi me dijeron que me iban a llamar cuando estuvieran, y no lo hicieron. ¿Qué tengo que hacer? ¿adivinar? ¿llamar todos los días a ver si habían entrado las baterías?.
- A ver, aguardame un segundito...
- ...
- Mirá, nosotros no estamos autorizados a entregarte la batería. Lo único que te puedo ofrecer es que nos aguardes unos días más, vamos a llamar al centro de Motorola a ver si nos dan la autorización para hacerlo. ¿Me podés un mail de contacto? Mi nombre es Laura, yo me hago cargo de avisarte, si no podés llamar y pedir por mi.
- Bueno, gracias Laura. Gracias por nada, pero gracias al fin.
El de seguridad, que había escuchado toda la conversación en la que yo utilicé un tono de voz considerablemente elevado, me abrió la puerta del local con cara de "chau, loca de mierda, que tengas un buen día"
Salí con más bronca que nunca. Adentro del local había aire acondicionado, ahora tenía mucho calor. No tenía cigarrillos, el ipod se me quedó sin batería y en el colectivo no se podía ni mover la uña del dedo gordo.
Y como no podía ser de otra manera, mi mamá me dijo "yo te lo dije" cuando llegué a mi casa.
Era obvio.